diciembre 29, 2014

Hystrix cristata


Confeccionado a partir de púas (macizas) de puercoespín africano (Hystrix cristata) criado en cautividad.

Plata 925/000
Piedra luna
Púa 18 cm

Cuento de la princesa, el traidor y el puercoespín

Cada año, en una provincia de la colorida India, unos cuantos comerciantes recibían el honor de exponer sus mercancías en palacio. Aquel que lograra concitar la atención de la princesa Jeevika se ganaba el favor de toda la Corte. Tras varios intentos infructuosos en otros puestos, le llegó el turno a un astuto vendedor que sólo exponía un artículo: un hermoso palo para el pelo, finamente tallado. 

-¿Qué es lo que traes? -preguntó Jeevika interesada por su audacia, al arriesgar su oportunidad con un único objeto.
-He de advertiros, princesa, su precio es muy alto.
Jeevika rió a carcajadas.
-Soy la mujer más rica del país, mercader. Todo lo que ves me pertenece; desde las altas montañas y los anchos ríos, hasta los palacios y las vidas de mis súbditos. Cualquiera que sea su precio, la joya será mía.
-En ese caso, os contaré su historia...

<<El águila que gobierna las tierras del oeste, el imperio llamado Romano, no fue siempre el  poder que es ahora. Hubo un tiempo en el que otro más fuerte imponía su voluntad, su nombre era Cartago y, cuando Roma comenzaba a desperezarse, los descendientes de los fenicios ya dominaban los mares con una gran flota. Como no puede ser de otro modo, finalmente las dos fuerzas se enfrentaron. La historia de este conflicto es una llena de actos heroicos -se cuenta que Aníbal, el gran general, atravesó una cadena montañosa infranqueable con cientos de elefantes y, tras la hazaña, alcanzó las puertas de la Ciudad Inmortal-, de traiciones y amargura, de victorias y derrotas... Es la historia, a la postre, de la gran guerra de su tiempo. Lo que nadie sabe, princesa, es que cuando las tropas romanas sitiaban el último bastión cartaginés, azuzados por las voces del Senado que exigían la destrucción total de su enemigo, fue el amor y no las espadas quien propiciara la caída de Cartago.  Tres largos años de sitio habían enflaquecido las esperanzas de los cartagineses, pero la ciudad aún resistía al invasor. Fue entonces cuando un muchacho, sin apellido que recuerde la historia, se aproximó al campamento romano, y habló con Escipión El Africano, a la sazón, comandante en jefe del ejército romano en África. El joven, un pobre diablo que cuidaba de los puercoespines -un animal muy preciado en esas tierras por su extravagante anatomía- que deambulaban por palacio, estaba perdidamente enamorado de una de las hijas del rey, pero no alimentaba esperanzas para un amor imposible. Sabiendo que la ciudad no tardaría en caer bajo la presión romana, suplicó al romano Escipión por la vida de su amada y la suya propia, pues pensaba huir con ella y pasar el resto de sus vidas juntos. A cambio, le diría cuáles eran los puntos débiles de la defensa cartaginesa. El romano aceptó su propuesta y, esa misma noche, el muchacho corrió a advertir a la princesa de sus intenciones. Sin embargo, el ejército romano actúo antes de lo convenido y, aprovechando la privilegiada información, asaltó y tomó la ciudadela de Birsa, ubicada en el corazón de la ciudad. Los supervivientes se refugiaron en el templo y, allí, la mujer de Asdrúbal maldijo a los romanos con estas palabras: "Vosotros, que nos habéis destruido a fuego, a fuego seréis destruidos", y también tuvo palabras para el joven que cuidaba de los puercoespines porque su traición no pasó desapercibida: "Y tú, que tanto amas a mi hija como para sacrificarnos a todos por ella, tendrás también lo que deseas". Dicho lo cual, se lanzó al fuego y pereció. La ciudad cayó y Roma no dejó piedra sobre piedra. Sembraron con sal aquellas tierras para que nada volviera a crecer allí, y sus ciudadanos fueron vendidos como esclavos. Entre ellos, sin embargo, no se contaba el muchacho, ya que los vengativos dioses le transformaron en uno de los puercoespines que había cuidado en vida como pago por su pecado. La princesa, en cambio, sí sobrevivió a la matanza y, despojada de todo salvo del recuerdo de ese muchacho, se llevó consigo una púa del animal en que se había convertido su amado. Con el tiempo, Escipión mandó que grandes artesanos trabajaran en ella, y le dieran forma y uso adecuados para que los amantes siempre estuvieran juntos, tal y como había prometido al muchacho>>.      




La princesa dejó escapar el aire contenido en su pecho tras el intenso relato.
-Curiosa historia, mercader. Sin duda repleta de fantasía y rumores. Ahora dime, ¿cuánto pides a cambio de tan hermosa y antigua joya?
-¡Oh, princesa! ¿No lo veis? Ya habéis pagado su precio.
-¿Cómo es posible si aún no me has dicho qué pides por el objeto? ¿Oro, joyas, tierras? ¡Pide lo que quieras y será tuyo!
-Como he dicho, su precio es muy alto. De hecho, es el más alto de todos, pues es vuestro tiempo -sonrió el comerciante-.  ¿Habríais escuchado el relato de otro modo? La joya es vuestra.


Textos: Juan Solano
Fotografía: Daniel Córdoba
Información: joyeríamon@gmail.com